Descubre los textos ganadores en el Concurso de relatos breves Amor Amor in the Flash: recuerda tu amor de verano

Amor Amor in a flash, de Cacharel Bellezaactiva.com
Amor Amor in a flash, de Cacharel

Ya está aquí la entrada que estabas esperando, la que desvela el nombre y los relatos ganadores del Concurso de relatos breves Amor Amor in the Flash: recuerda tu amor de verano. ¿Escribiste un relato? ¿has hecho tu selección? Te animamos a seguir leyendo y descubrir los seis textos ganadores.

Sinceramente en esta ocasión nos hemos vuelto a meter en un buen lío: ¡escoger sólo 6 textos! que serán los ganadores de un frasco de la fragancia  Amor Amor in the Flash de Cacharel. Sinceramente dificilísimo porque todos los relatos que nos habéis enviado tenían un cosa u otra (¡o las dos!) y de ahí la gran dificultad del tema. Por eso hemos confiado en el gran criterio del equipo de comunicación de Cacharel para escoger los mejores. Nos consta que para ellas también ha sido un gran y difícil reto.

Antes de pasar al nombre de los ganadores y a sus relatos, sólo decir que cada uno de ellos recibirá un correo notificándole oficialmente que es uno de los ganadores del concurso. Felicidades a todos ellos y al resto de los participantes. El problema de estos concursos es que sólo se pueden dar unos cuantos premios…

!Vale! no nos enrollamos más. Y los ganadores son…


Alberto F., 21 de agosto de 2013

Tenía trece años, y hasta aquel verano había pasado las vacaciones en la casa del pueblo. Pero aquel curso conocí a Elena y me enamoré de ella. Su hermano y yo éramos de carácter retraído; y, aunque me había invitado a su chalé en la playa, al final nunca coincidimos. Aquel año me ocupé de despejar todos los obstáculos.
Su padre nos llevó a la playa. Cuando llegamos, me quedé boquiabierto. “¿Qué es eso?”, pregunté al ver en el jardín un globo de verdad. “Es mi dirigible Montgolfier. Lo he inventado yo, o, mejor, lo he ‘reinventado’”. “¡Guau!”, exclamé sobrecogido. “Claro que ese chisme no volará”. Herido en su orgullo, el anfitrión me cogió por las axilas y me subió al globo. Hizo lo mismo con Elena, y pidió a Romualdo que lo ayudara con el lastre, para montarse los dos a la carrera. Pero algo debió de fallar, pues el resto de los tripulantes se quedó en tierra. “Ojalá las gaviotas no me paren y me pidan el carné de vuelo”, pensé.
A trancas y barrancas el globo se fue elevando. Elena y yo nos sentíamos como gigantes derribando los muros invisibles de un reino de espuma y niebla. Los pájaros pegaban con saliva la luna al cielo. Y si arriba era el azul, abajo también lo era, un azul como el iris de un niño. Fue la primera vez que vi el mar. Los ojos tienen la edad de lo que ven, como el corazón la edad de lo que siente, y lo que yo sentí fue que entre el mar y el cielo había un mundo de misterios.
El globo empezó a balancearse y, como una pluma o una hoja, fue cayendo. Pese al vaivén, no solté la mano de Elena, y ella, asustada, me dio un beso. Nos rescataron. El Montgolfier quedó en el agua, exhausto el tafetán sobre la barquilla. Cada vez que miro al mar, lo encuentro todavía y, cada vez que cierro los ojos, hallo su recuerdo, y eso me basta para sonreír y para que Elena, mi mujer, sonría conmigo.

 


María, 29 de julio de 2013
 

Mi historia de amor de verano se remonta a la década de los noventa.
Terminé el curso en el instituto y ante mí se extendían largos días de sol y mar, noches al aire libre, tardes de chicas y todo lo bueno que el verano me podía traer.
Aquel año empezamos a ir a una playa que estaba un poquito lejos, íbamos en autobús, pero merecía la pena porque era preciosa, pequeña y tranquila, y en una zona en vez de arena tenía cristales de colores que el tiempo había ido desgastando hasta dejarlos redondos. Estar allí era como estar en una playa paradisíaca y mágica.
A mis amigas y a mí nos encantaba sentarnos sobre los cristalitos y buscar alguno de un color en particular, a veces azules, a veces verdes y a veces buscábamos como locas el cristal transparente. Y así pasábamos el tiempo, buscando cristales, leyendo el horóscopo de nuestra revista Superpop y comiendo el bocadillo que nos habían hecho nuestras madres.
Una de aquellas tardes vi en el autobús a un chico guapísimo, el más guapo que había visto nunca, y tengo que confesar que aquello fue un flechazo, de estos que te dejan sin respiración.
Cuando se lo dije a mis amigas se rieron diciendo que ya lo sabían porque lo ponía el horóscopo, y mientras cuchicheábamos el chico se bajó del autobús.
Ese día en la playa me juré que tenía que volver a verlo.
Al día siguiente cogimos el autobús a la misma hora y estaba allí, silencioso y taciturno, mirando al frente.
Yo quería conocerle, pero suponía que al verme con mis amigas no se atrevería ni a mirarme, así que después de varios días coincidiendo decidimos que cogería el autobús yo sola y ellas irían en el siguiente.
El día no me atreví a hacer nada pero algunos días más tarde le pregunté la hora, tapando mi muñeca para que no viese el reloj y sintiéndome tonta por usar semejante excusa.
La verdad es que resultó, porque empezamos a hablar y supe que cada día cogía el autobús porque trabajaba unas horas y era el transporte que lo llevaba de vuelta a casa.
Los días transcurrían y poco a poco empezamos a vernos fuera el autobús, en la playa, y cada vez pasábamos más tiempo juntos, hasta que una tarde, rodeados del susurro de las olas del mar y el olor a salitre, sentados sobre miles de cristales desgastados por el tiempo, nos dimos el primer beso, y ese fue el primer beso de mi vida, el que hizo que todo a mi alrededor desapareciera, que apenas tuviera constancia de la realidad y que empezara a sentirme en una nube. Y en aquel preciso instante supe que le quería y que no podía vivir sin él.
A partir el aquel momento el verano pasó muy rápido, un verano lleno de palabras bonitas, dibujando corazones en la arena, escuchando canciones inolvidables y saboreando besos de amor verdadero .Un verano que olía a chicles de fresa ácida y mi colonia preferida, Lou Lou, que siempre llevaba conmigo a todas partes y que me hacía sentir mayor.
Cuando llegó septiembre él se fue a estudiar fuera, y yo me quedé en el instituto. Con el final del verano llegó el final de lo nuestro. Él no quería irse dejando a nadie, así que dimos, o mejor dicho dio, por terminado aquel amor de verano y yo quedé hecha polvo, con el corazón roto y una enorme sensación de vacío. Nunca nos llamamos ni nos escribimos, y aunque durante muchos años yo seguí viviendo en la misma casa nunca volvió a buscarme.
En este tiempo no volvimos a vernos. Algunas veces me iba a la playa de los cristalitos por si él también iba a buscar viejos recuerdos, pero nunca lo vi por allí. Durante mucho tiempo lo busqué entre los rostros desconocidos que me cruzaba, pasaba por delante de su antigua casa por si seguía allí, pero no nos encontramos. Años después intenté buscarle por facebook y por Internet, pero no lo encontré.
Ahora que ha pasado tanto tiempo, cuando veo todas las poesías que le escribí me pregunto si seré capaz de reconocerlo si alguna vez volvemos a cruzarnos, me asaltan las dudas por saber si reconoceré aquellos ojos penetrantes y aquella cara que poco a poco se ha ido diluyendo en mi memoria. Y durante estos años no he dejado de preguntarme si él alguna vez pensará en mí, si me recordará y lamentará haberme dejado escapar, aunque creo que no, porque podía haberme encontrado.
Bueno, lamento contar una historia tan larga, pero no he sido capaz de resumirla más. Este es ese amor de verano que aún no he olvidado, un amor que me marcó y que influyó en mi vida. Un amor de los que dejan huella. Y por cierto, aún guardo el frasco vacío de Lou lou, y a veces acaricio esa superficie azul turquesa, le quito la tapa y el olor que aún desprende me transporta a aquel verano.

 


Sandra, 23 de julio de 2013

Esta no es mi propia historia pero es real y sucedió hace ya muchos veranos, allá por los gloriosos años 80.
Sebastián y Carmen se conocieron en un campamento de verano. Tenían 17 años y nunca se habian enamorado, Poco tiempo habían tenido para ello, pues vivían en una sociedad que los segregaba por su condición: ambos padecían de trisomía de par veintiuno, o sea Síndrome de Down. Iban a escuelas especiales, que si bien tenía maestros y pedagogos especialmente preparados, no tomaban en cuenta el tema del amor y muchísimo menos el de la sexualidad. Eran cosas que les estaban prácticamente vedadas.
Durante el transcurso de una caminata de exploración de un bosque, ambos se “perdieron juntos”, un poco porque se desorientaron, reconocieron después y otro poco porque no podian dejar de mirarse y prestaban muy poca atención al profesor guía. Al verse solos, gritaron pidiendo ayuda y asustados, se sentaron al pie de un árbol abrazándose fuertemente para darse ánimos y por que su alma se lo pedía. La naturaleza hizo el resto, como seguramente les habrá pasado a Adán y Eva y vivieron una apasionada tarde de amor, hasta que los encontraron dos horas mas tarde, sudorosos, desaliñados e inmensamente felices. El resto de las vacaciones fueron inseparables y se despidieron entre lágrimas y promesas de volver a verse.
Carmen quedó embarazada a consecuencia del escarceo y los padres desesperados recurrieron a las autoridades médicas, alegando que no querian un nieto con el mismo mal que su hija. Para sorpresa de todos, la chica que habia cumplido recientemente los 18, soltó la “bomba”: quiero a Sebastián y voy a tener a su hijo y no hay mas que hablar, soy mayor de edad. Acostumbrados a tomar todas las decisiones por ella, los padres quedaron atónitos. Su hija podía tener un problema congénito, pero también tenía dignidad y estaba luchando por sus derechos.
Se pusieron en contacto con los padres de Sebastián que sin que ellos tuvieran noticias, languidecía de amor por Carmen. Había perdido varios kilos y se negaba a participar en las actividades que normalmente le encantaban, si no le dejaban ver a su Carmencita. Ante tal panorama, se les permitió casarse y se fueron a vivir a una casita anexa la de los abuelos paternos. La espera del nacimiento del pequeño fue angustiosa, pero cuando llegó fue una bendición. Era un niño sanísimo, sin ningun tipo de problemas y que resultó ser un brillante alumno, precoz y extremadamente inteligente.
Carmen y Sebastián estan juntos hasta el día de hoy y son una pareja normal, con sus pro y sus contras. Trabajan en una organización que lucha por la dignidad de los afectados por el Síndrome de Down y ya son abuelos. Jorge, su hijo, fue compañero de clase de mi hermano en la escuela y el Instituto. Es una persona maravillosa que jamás se avergonzó de sus padres, sino al contrario, aún se vangloria de ser el producto de un amor de verano no comprendido, pero defendido con uñas y dientes.

 


Gemma, 21 de julio de 2013

La verdad es que nunca he sido de amores de verano, siempre tuve miedo de algo tan efímero y era de las que apostaba por los amores de invierno, amores menos ardientes pero más duraderos…o al menos eso creía.
Corría el año 1992, la tele retransmitía las olimpiadas de Barcelona, mis amigas se habían ido a la Expo de Sevilla y yo tenía 18 años y unas ganas locas de enamorarme.
Esos días en que las chicas estaban de viaje empecé a ir a la playa por las mañanas, iba sola con ese aparato que ahora nos parece casi prehistórico, un walkman, y caminaba por la orilla del mar escuchando I’ll be loving you forever, del grupo que entonces me volvía loca, los New Kids on the block. Y mientras rebobinaba y escuchaba una y otra vez la canción me imaginaba que me cruzaba con un chico alto y guapo, de increíbles ojos verdes, sonrisa ancha y pelo negro y brillante. Pero mis largos paseos solo sirvieron para ponerme morena y muy guapa, con la mirada soñadora y un corazón aún solitario.
Poco a poco los días iban pasando entre el olor a sal y los sueños amasados en la playa, y mis amigas volvieron de Sevilla.
A pesar de no haber encontrado a mi príncipe azul estaba muy contenta por reencontrarme con las chicas, aún me quedaba mucho verano y quería saborearlo, beberlo a grandes sorbos y empaparme de buenos recuerdos. Y para empezar decidimos ir a cenar para celebrar el regreso. Una de las chicas, Paula, nos preguntó si podía traer a sus primas, así que otra de ellas quiso invitar a unos vecinos con los que tenía mucho trato, y al final la cena de seis fue una cena de veinte.
Yo vivía enfrente de la playa y de los bares a los que íbamos a ir, así que sería la última chica a la que pasarían a buscar, habían quedado todos en un punto intermedio y se acercarían dando un paseo hasta mi casa.
Ese día, desde primera hora de la mañana, tuve una especie de presentimiento, algo en mí decía que mi vida estaba a punto de cambiar, así que me arreglé como nunca lo había hecho, intentando estar radiante, y cuando mis amigas y el montón de desconocidos que las acompañaban llegaron a mi casa empezó el primer día de mi nueva vida.
Nada más bajar mis amigas, después de repetirme lo guapa que me veían, me presentaron a las personas que las acompañaban, chicos y chicas muy simpáticos, y cuando pensé que no quedaba nadie y ya me iba al bar donde nos aguardaba la cena me dijeron que debía esperar un momento porque uno de los chicos había ido a comprar tabaco y todos los fumadores le habían encargado algo así que tardaría un poquito.
El muchacho del tabaco volvió con todos los encargos, y cuando yo lo vi supe que era él, el chico que llevaba imaginándome todo el verano en la playa. Sus ojos eran verdes y transparentes, su pelo era negro y reluciente como el azabache y su sonrisa era ancha y cautivadora.
Al cruzarse nuestras miradas fue como si el mundo se detuviese durante unos segundos, para volver luego a girar con más fuerza e intensidad. Y en ese instantes nuestro destino quedó unido para siempre, nuestros caminos se cruzaron y ya no habrían de separarse.
Esa noche fue inolvidable, nos divertimos y disfrutamos bailando música de Tam Tam Go, Héroes del silencio, Los Manolos, OBK y la música que ponían entonces cualquier noche de verano.
Y cuando volví a casa no pude dormir, si cerraba los ojos veía su cara, sus ojos y su sonrisa. Y si intentaba leer escuchaba su voz contándome historias de la mili, eso que hacían los chicos hace unos años y de lo que casi nadie se acuerda, recordaba como discutíamos de música, cien y de los viajes que habíamos hecho y en la quietud de la noche, tumbada en mi cama lo recordaba contestando a las mil y un preguntas que yo le hacía, mirándome fijamente con esa mirada tan perturbadora.
Los siguientes días nos vimos siempre con otras personas, hasta que una tarde, mientras contemplábamos una puesta de sol, cuando los demás estaban un poco apartados, me confesó lo que sentía y me preguntó si quería salir con él.
No os puedo decir lo que sentí, no hay palabras para describir la sensación que produce oír a la persona por la que lo dejarías todo decirte que te quiere. Y ese día sí que fue el principio de mi nueva vida.
Han pasado 21 años desde aquel momento y aún lo recuerdo como si acabara de suceder, recuerdo las palabras que me dijo, el olor a sal y verano que flotaba en el ambiente, las sonrisas de mis amigas al ver que la chica soñadora por fin hacía realidad su fantasía, y por supuesto recuerdo lo feliz que me sentía, como Baby en Dirty dancing o Sandy en Grease pero elevado a mil.
Ahora las cosas no son exactamente como aquel verano, ya no tengo 18 años, tengo 39, pero sigo sintiéndome aquella cría cada mañana cuando despierto y le veo a mi lado. Él tiene 41, y en estos 21 años han pasado muchas cosas, entre ellas que Baby y Sandy también han envejecido. En este tiempo hemos sido padres, tenemos dos hijos de 18 y 19 años que viven ahora esos amores de verano que tanto marcan, y aunque no sabemos si serán para siempre, mientras lo estás viviendo siempre crees que lo serán, así que sus vidas están llenas de magia.
En estos años compartidos hemos pasado momentos maravillosos, nuestra boda, el crecimiento de nuestros hijos, viajes soñados y por los que luchamos duramente, sueños cumplidos con gran esfuerzo y veranos tan llenos de ilusión como aquel que nos unió. Pero también hemos pasado por momentos difíciles, pérdidas familiares, esta crisis que a todos nos está costando superar, la adolescencia de los hijos, y muchas cosas que surgen en el día a día. Pero a pesar de lo malo, a pesar de los problemas, muchas veces, cuando caminamos por la orilla del mar cogidos de la mano, envueltos en bruma con olor a sal, nos miramos y decimos que ha merecido la pena, y ambos, y sé que es así y que compartimos ese deseo, pedimos a las estrellas estar juntos mucho tiempo más, rogamos que nos regalen muchos años compartidos, aunque vengan malos momentos porque los buenos nos ayudan a seguir.
Y esta es mi historia, la historia que empezó como un amor de verano, fresco y efímero y se convirtió en un amor verdadero, amor del bueno, del que dura a pesar de las dificultades. Un amor que aún tiene magia, sueños por cumplir y misterios por descubrir.

 


Maite: 31 de agosto de 2013

Una noche de julio estaba saliendo de marcha con mis amigas, no había demasiado ambiente así que nos decidimos por irnos a terminar la noche en la playa. Nos pusimos a hablar de nuestras relaciones y experiencias, cuando de repente nos interrumpió un grupo de chicos que se acercaba armando mucho jaleo. Se nos pusieron al lado. Eran cuatro, uno de ellos estaba todo el rato callado. Mi amiga, la más extrovertida les ofreció que se viniesen con nosotras. A mí no me hizo gracia la idea. Se tiraron un buen rato tonteando entre ellos. Yo sólo observaba y callaba. En una de esas muecas de desesperación y aburrimiento tuve un cruce de miradas con el mudo de la pandilla, Leo. Muy sutilmente me sugirió que nos fuéramos juntos de ahí. Yo acepté. Nos despedimos con la atención de todos puesta en nosotros. Él me dijo que si quería jugar al billar que tenía una mesa en su apartamento. Cedí. Yo sabía jugar bastante bien, había participado en torneos. Él era un listillo que se inventaba las normas. Metía una, yo otra. Fallaba, mi turno. Entonces nos miramos intensamente como si eso dejará de ser un simple juego. Seguí tirando, cuando me incliné él me cogió por la cintura, yo le aparté. Se acercó más y me susurró al oido: – Juguemos a un juego… Si gano hacemos lo que yo quiera, si pierdes haré lo que tú quieras. Acepté. Tendría que haberlo pensado antes. Mi turno, meto la bola negra sin querer. Fin de la partida. Me miró, yo le mantuve la mirada. Retiró las bolas del tapiz y apagó las luces. Me cogió de la mano y me susurró con una sonrisa pícara:- Has perdido. Abrió la puerta de su dormitorio y yo fui tras él. Eso es lo último que puedo contar.

 


Alba: 9 de agosto de 2013

Dicen que la noche de San Juan es mágica, y existe una bonita tradición que consiste en escribir tus deseos en un papel para después tirarlos al fuego. Mi historia de verano empieza ahí, la noche del día más largo del año. Yo estaba pasando por un mal momento en pareja, y no sabía como salir de ello. Por otro lado tenía mis amigos, y entre ellos uno muy especial para mí. Poco a poco sentía más estando con él que con nadie, pero dudaba tomar una decisión. Esa noche quedamos todos para celebrar la fiesta en la playa. Yo me bañé a las 12 como dice la tradición, y además pedí tres deseos: el primero, eliminar todo lo perjudicial en mi vida. El segundo, rodearme de gente que me quiera de verdad. Y el último, que la vida me traiga lo que necesito.
Salí del agua, él miraba cada gesto que yo hacía. Sus ojos brillantes y sin parpadear, parecían no querer perderme de vista ni un instante. Yo huía de su mirada y lamentaba haberlo hecho después. Parecía que hablabamos con silencios. Me sentía desnuda ante él. Ya no podía disimular mis suspiros, ni calmar mis latidos cada vez que se acercaba. Tenía que pasar. Debía dejarlo todo, arriesgarlo todo por él. Lo deseaba con todas mis fuerzas. Y así fue. Mi deseo se hizo realidad, rompí con mi pasado, sin importar las consecuencias, dejándome llevar por el deseo que sentía por él me fui de la mano con él. No miré a nada ni nadie. Sólo dejé la playa atrás y escapé con él.
Esa noche fue mágica y apasionante, la combinación perfecta, él fuego, yo agua. Un cóctel de emociones y sentimientos que nunca olvidaré.

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